Estableceré en pocas líneas que Maldoror fue bueno durante sus primeros años, en los que vivió feliz; ya está hecho. Advirtió luego que había nacido malvado: ¡fatalidad extraordinaria! Ocultó su carácter tanto como pudo, durante un gran número de años, pero, finalmente, a causa de esta concentración que no le era natural, cada día la sangre se le subía a la cabeza, hasta que, no pudiendo soportar más semejante vida, se lanzó resueltamente a la carrera del mal... ¡dulce atmósfera! ¿Quién lo hubiera dicho? Cuando besaba a un pequeño infante de rostro rosado, hubiese querido rebanarle las mejillas con una navaja; y lo habría hecho muy a menudo si la Justicia, con su largo cortejo de castigos, no se lo hubiera impedido cada vez. No era mentiroso: confesaba la verdad y decía que era cruel. Humanos, ¿habéis oído? ¡Se atreve a repetirlo con esta pluma que tiembla! Así, pues, existe un poder más fuerte que la voluntad... ¡Maldición! ¿Querrá la piedra sustraerse a la ley de la gravedad? Imposible. Imposible que el mal quiera aliarse con el bien. Es lo que he dicho más arriba.

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