Si alguna vez es lógico confiar en la apariencia de los fenómenos, este primer canto termina aquí. No seáis severos con quien todavía está tan sólo probando su lira: ¡tiene un sonido tan extraño! No obstante, si queréis ser imparciales, reconoceréis ya una poderosa impronta en medio de sus imperfecciones. Por lo que a mí respecta, me entregaré de nuevo al trabajo para que aparezca un segundo canto en un lapso de tiempo que no sea demasiado grande. El final del siglo diecinueve verá a su poeta (sin embargo, no debe comenzar con una obra maestra desde el principio, sino que debe seguir la ley de la naturaleza); ha nacido en las riberas americanas, en la desembocadura del Plata, allí donde dos pueblos, rivales antaño, se esfuerzan actualmente en superarse por el progreso material y moral. Buenos Aires, la reina del sur, y Montevideo, la coqueta, se tienden una mano amiga a través de las aguas argentinas del gran estuario. Pero la eterna guerra ha erigido su imperio destructor en los campos, y cosecha con gozo numerosas víctimas. Adiós, anciano, y piensa en mí, si me has leído. Y tú, joven, no desesperes; pues, pese a tu opinión contraria, tienes en el vampiro un amigo. Contando al ácaro sarcopte, que produce la sarna, tendrás ya dos.

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