No me verán, cuando llegue mi última hora (y escribo esto en mi lecho de muerte), rodeado de curas. Quiero morir acunado por las olas del mar tempestuoso, o de pie sobre la montaña, mirando hacia lo alto; pero no: sé que mi aniquilamiento será completo. Además, no puedo esperar gracia alguna. ¿Quién abre la puerta de mi cámara funeraria? Había dicho que no entrara nadie. Quien quiera que seáis, alejaos; pero si creéis percibir algún signo de dolor o de temor en mi rostro de hiena (utilizo esta comparación aunque la hiena es más hermosa que yo, y más agradable a la vista), desengañaos: que se acerque. Estamos en una noche de invierno, cuando los elementos chocan entre sí por todas partes, el hombre tiene miedo, y el adolescente medita cierto crimen contra uno de sus amigos, si es lo que yo fui en mi juventud. Que el viento, cuyos lastimeros silbidos entristecen a la humanidad desde que viento y humanidad existen, momentos antes de la última agonía me lleve, sobre los huesos de sus alas, a través del mundo, impaciente por mi muerte. Gozaré todavía, en secreto, de los numerosos ejemplos de la maldad humana (un hermano ama observar, sin ser visto, los actos de sus hermanos). El águila, el cuervo, el inmortal pelícano, el pato salvaje, la grulla viajera, despiertos, tiritando de frío, me verán pasar a la luz de los relámpagos, espectro horrible y satisfecho. No entenderán lo que aquello significa. En la tierra, la víbora, el grueso ojo del sapo, el tigre, el elefante; en el mar, la ballena, el tiburón, el pez martillo, la informe raya, el colmillo de la foca polar, se preguntarán qué es esa derogación de la ley de la naturaleza. El hombre, temblando, pegará su frente a la tierra, en medio de sus gemidos. «Sí, os supero a todos por mi crueldad innata, crueldad cuya desaparición no ha dependido de mí. ¿Es acaso por este motivo que os mostráis ante mí así prosternados?, ¿o es, ya bien, porque me veis recorrer, novedoso fenómeno, como un terrible cometa, el espacio ensangrentado? –cae una lluvia de sangre de mi vasto cuerpo, semejante a una nube negruzca empujada por un huracán–. No temáis, niños, no deseo maldeciros. El mal que me habéis hecho es demasiado grande, y demasiado grande el mal que os he hecho, para ser voluntario. Vosotros habéis caminado por vuestra senda, yo por la mía, similares ambas, ambas perversas. Necesariamente, dada esta similitud de carácter, nos tuvimos que encontrar; y el choque resultante nos ha sido recíprocamente fatal.» Entonces los hombres, recuperando su valor, levantarán poco a poco la cabeza, estirando el cuello como el caracol, para contemplar a quien así les habla. De pronto, sus rostros ardientes, descompuestos, mostrarán las más terribles pasiones, harán tales muecas que los lobos tendrán miedo. Se levantarán todos a la vez como un resorte inmenso. ¡Qué imprecaciones!, ¡qué voces desgarradas! Me han reconocido. He aquí que los animales de la tierra se reúnen con los hombres, haciendo oír sus extraños clamores. Ya no hay odio recíproco; sus odios se han vuelto contra el enemigo común, yo; se unen gracias a un sentimiento universal. Vientos que me sostenéis, llevadme más alto: temo la perfidia. Sí, desaparezcamos poco a poco de su vista, testigo, una vez más, de las consecuencias de las pasiones...

Te doy las gracias, oh murciélago rinólofo, por haberme despertado con el movimiento de tus alas, tú cuya nariz está coronada por una costra en forma de herradura; advierto, en efecto, que lo que tenía no era, por desgracia, más que una enfermedad pasajera, y, con asco, siento que vuelvo a la vida. Unos afirman que venías a mí para chupar la poca sangre que hay en mi cuerpo: ¡por qué tal hipótesis no es una realidad!

2 comentarios:

dragon dijo...

si tu ofende al creador con una falta grave y violas las leyes que estan y tu sabes muy bien no debes transgredir hay que ser cuidadoso

dragon dijo...

porque muchos angeles se desbiaron de la verdad con que fin y proposito solo trajo marginacion de los cielos echados al abismo de la soledad y la muerte por sus maldades astroses y sanguinaruis sin piedad a los humanos dios no permitira que fuersas celestes del mal siembren el caos